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Festival en Casa II

agosto 27, 2020

El Festival de Cine de Lima tiene sus “caseritos”: aquellas figuras que aparecen en pantalla tan seguido que se terminan convirtiendo en fixtures infaltables, invitados que casi siempre repiten plato. Y así como en un momento lo fue Ricardo Darín – ¿Quién no quería sacarse una foto con Ricardo Darín? – ahora el papel parece haber recaído en el chileno Alfredo Castro, actor fetiche de Pablo Larraín desde Tony Manero. Esta nueva edición digital lo trae por partida doble, dando fe de su versatilidad.

 

 

En Blanco en Blanco de Théo Court, Castro interpreta a Pedro, un fotógrafo que viaja a Tierra del Fuego a inicios de siglo para fotografiar a la joven novia de un terrateniente antes de su boda. Este hombre, acostumbrado a refugiarse detrás del lente, pronto estará atrapado en un lugar remoto y aislado y, al igual que los trabajadores, los nativos del lugar e incluso la novia (joven, muy joven, lo que sugiere abuso y ciertas perversiones), bajo el control de “Mr. Porter”, un jefe a quien nunca vemos pero cuya influencia y opresión son palpables, una constante y siniestra presencia a la que todos rinden pleitesía.

Pedro es el testigo silencioso de este ambiente enrarecido, haciendo su trabajo de manera solemne. La película puede verse de muchas formas; por ejemplo, una reflexión acerca de la relación y responsabilidad que tiene el arte con  circunstancias trágicas y reales. Pedro va de fotografiar a la novia a capturar la masacre de nativos, debiendo mantenerse ajeno mientras intenta encontrar belleza en momentos tan desoladores; el dilema es asumir una responsabilidad o sólo hacer un trabajo. Pero esta es una interpretación; las lecturas del trabajo de Court son varias – y una fugaz aparición del Condón Humano ya escapa a la lógica – pero la presencia de Castro, quien logra mucho con silencios y expresiones, es suficiente para darles una dimensión más humana.

 

 

Contenido y reservado, Castro reaparece en un registro completamente distinto en Algunas Bestias de Jorge Riquelme Serrano. Aquí es el racista y monstruoso patriarca de un clan que llega a una isla remota a pasar un fin de semana. Cuando quedan varados en el lugar, la tensión hace que implosionen y las cosas vayan de mal a peor a lo impensable. Es una familia enferma y disfuncional, y Riquelme quiere criticar a la clase media-alta de su país desnudando sus peores complejos: racismo, clasismo, arrogancia, totalmente ajenos a la realidad y un largo etcétera. Esto hasta llegar a un desenlace que hace de esta película automáticamente divisoria.

Queda claro que el principal objetivo de Riquelme Serrano es incomodar al espectador; lo suyo es ser un provocador nato, tal vez al nivel de un Von Trier, Noe o Haneke. Para algunos, lo que hace el tramo final de esta película será transgresor, una osadía; otros lo llamaran una falta de respeto y se irán de la sala (o apagaran la laptop, en este caso). Y uno sospecha que el director estará satisfecho con cualquiera de esas dos reacciones.

Algunas Bestias tiene algo que decir y está lo suficientemente bien hecha como para no ser totalmente desechable; pero en su afán de causar controversia, Riquelme entrega un desenlace demasiado gratuito y francamente desagradable.  Obra hecha para polemizar, de esas que uno no disfruta; son más bien pruebas de resistencia.

 

 

Pero el cine chileno es más que películas controvertidas; también tienen joyas tan simpáticas y de bajo perfil como el documental El Agente Topo de Maite Alberdi. Sergio es un octogenario contratado por un detective privado para infiltrarse en un hogar de ancianos e investigar una serie de robos. Acostumbrándose al uso de la tecnología, desde celulares hasta cámaras microscópicas en sus lentes, al mejor estilo de un 007, el intrépido anciano emprende sus pesquisas, robándose los corazones de sus compañeras y ofreciéndoles una sincera amistad. Es una gran aventura en sus últimos años.

Pronto, Sergio comprende la soledad de sus nuevas compañeras y no puede evitar solidarizarse; y esta sencilla anécdota se convierte en un llamado a siempre tener presente a las anteriores generaciones, gente que lamentablemente a veces cae en el olvido, viviendo detrás de cuatro paredes ajenos al resto cuando en realidad son personas con tantas ganas de vivir como cualquier otro y que aún tienen mucho que aportar, particularmente a las generaciones jóvenes.

Es un noble sentimiento que Alberdi plasma con mucho corazón, melancolía y buen humor. El Agente Topo es una pequeña gran película que puede conmover hasta al más frío; de lo mejorcito de la Competencia Documental.

 

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