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En La Matrix

septiembre 16, 2021

Un recuerdo que se me ha hecho difícil de olvidar es de los meses previos al estreno de Matrix (1999) de Lilly y Lana Wachowski. Una película misteriosa, de la que poco se sabía salvo que era de acción y todos vestían de negro; la Internet aún no era tan omnipresente como para arruinarnos hasta el más mínimo detalle. Un presentador del Canal E!, al presentar el trailer, sólo pudo decir “A mí no me pregunten, no tengo idea de que se trata”. Fue uno de los grandes estrenos del último año del siglo pasado.

Matrix se convirtió en un clásico de la ciencia ficción y acción; convirtió a Keanu Reeves en un ídolo del cool a pesar de sus limitaciones como actor (sitial que pareció perder por algunos años, hasta que llegó John Wick y lo hizo verse bien en trajes metiéndole balazos a todo el mundo); nos regaló el bullet time, del cual no parecimos librarnos por mucho tiempo debido a la gran cantidad de calcos y parodias; popularizó de nuevo el cine de artes marciales; y en general, se le considera de lo mejor que nos ha dado el cine contemporáneo.

Matrix planteaba una gran idea de sci-fi: que el mundo en el que nos desenvolvemos todos los días no es real; nuestra realidad es una simulación creada por computadora para mantenernos prisioneros de las máquinas, que han esclavizado el futuro (básicamente, Skynet ganó). Pero llega el Elegido – Keanu – a quitarnos el velo de los ojos y liderar la liberación de la raza humana, desenvolviendose en el mundo virtual con unos hitos de fuerza dignos de Superman.

Esta idea dio pie a lo que hoy se conoce como Simulation Theory o “Teoría de Simulación”, una corriente de pensamiento que afirma que, en efecto, las Wachowski no se equivocaron y sí estamos viviendo en un mundo creado por una computadora. Este fenómeno y los que lo predican son el enfoque del documental A Glitch In The Matrix de Rodney Ascher, quien ya había examinado otros fenómenos particulares como la parálisis de sueño en The Nightmare (2015) y las teorias conspirativas alrededor de El Resplandor de Kubrick en Room 237 (2012).

Ascher entrevista a un grupo de personas que creen firmemente que el mundo que los rodea no es más que Unos y Ceros; como para resaltar más la supuesta artificialidad, aparecen escondidos detrás de avatares digitales, por lo que vemos entrevistas con un lobo enternado, un cerebro en un frasco y Leon-O de los Thundercats. Ya sea por alguna experiencia en particular que les abrió los ojos, o por rebelarse en contra de creencias espirituales o religiosas, estas personas creen que, en efecto, no son más que NPCs en un vasto open world donde cualquier decisión que tomemos que no esté preprogramada es un error del sistema, un esfuerzo del ser humano por abrir los ojos y rebelarse en contra de la máquina.

Pero no son solo unos tipos raros viviendo en un sótano los que creen esto; entre los eruditos que avalan la teoría están el fallecido Phillip K. Dick, el mismo creador de Blade Runner y cuya obra entera trata sobre universos simulados y seres artificiales que buscan autonomía; el astrofísico Neil DeGrasse Tyson, estrella indiscutible de memes; y el multimillonario Elon Musk, para muchos un villano de James Bond en carne y hueso.

A través de un sinfín de segmentos animados y clips de películas, Ascher se adentra en una teoría que a ratos, no parece tan descabellada; el que el director no se burle en ningún momento de sus entrevistados y sus creencias hace toda la diferencia. El cuestionamiento de nuestra realidad y la posibilidad de estar viviendo en una simulación es algo que ha interesado a filosófos y pensadores por siglos, incluso desde la antigua Grecia y que se ha visto alimentada por literatura y películas como Tron (1982), tan adelantada a su tiempo en presentar un mundo virtual y El Piso Trece (1999), que salió casi al mismo tiempo que la película de las Wachowski y que fue injustamente ignorada, a pesar de tener sus propias interesantes ideas sobre la realidad virtual.

Resulta fascinante siquiera considerar una teoría como esta: la posibilidad de rebelarse en contra de esos entes invisibles que nos controlan y obtener completa libertad para desenvolverse como uno quiere. Sin embargo, Ascher no pasa por alto las posibles nefastas consecuencias de esta supuesta desconexión de la “realidad”. Está el caso de Joshua Cooke, un fan de Matrix que, convencido que había visto más allá de lo evidente y que no habían consecuencias al estar en un mundo ficticio, asesinó a su propia familia. Escuchar su testimonio, acompañado de un recorrido virtual de su casa que más parece un first person shooter, es un momento que hiela la sangre. Cooke se declaró inocente, afirmando que al encontrarse en la virtualidad, no era él; este pequeño hito se convirtió en la “Defensa Matrix” del sistema judicial gringo, una de esas cosas absurdas pero reales que ningún guionista se podría inventar.

Tal vez todo esto sea una mala broma y todos los que figuran en este documental son unos orates que necesitan salir más a la calle; y tampoco es que estemos en este momento dormidos en un capullo de plástico sirviendo de baterías para Skynet. Aún así, resulta fascinante descubrir una manera de pensar tan particular. A Glitch In The Matrix puede ser, cuanto menos, un punto de partida para más de una discusión interesante con los amigos, ojalá que una con muchas cervezas de por medio.

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