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Rockeros en el Cine II

abril 16, 2022

Hace varios años, una encuesta online preguntaba: ¿Que músico creen tendría un buen desempeño como actor? El consenso fue casi unánime: la estrella musical que todos querían ver en la pantalla grande era Dave Grohl, el ex Nirvana y hoy por hoy líder de los Foo Fighters, acaso una de las últimas bandas de rock puro que nos van quedando, de esas que destilan buena onda y nos han dado una montaña de canciones pegajosas (Nota a mí mismo: no volver a intentar cantar The Pretender en un karaoke, a riesgo de hacerme tiras las cuerdas vocales); una de las bandas que hay que ver en vivo antes de morir, luego de AC/DC, claro.

Grohl es de esos tipos carismáticos, que saben de música y que caen bien; además que, seamos honestos, en Nirvana Kurt Cobain tenía toda la mística, pero Grohl era el verdadero músico. Los videos de Foo Fighters mostraban a Grohl como un tipo más que dispuesto a burlarse de sí mismo, ser un showman y ponerse en la piel de más de un personaje; basta con ver el ya clásico video de Learn To Fly, donde aparece como un tripulante de avión excesivamente alegre, un piloto en drogas, una mujer con sobrepeso que alucina hamburguesas y una inocente chica de campo fan de la banda. Otros compañeros como el bajista Nate Mendel o el tristemente fallecido batero Taylor Hawkins, tampoco se quedaban atrás, con Hawkins de tripulante y Mendel de bebé llorón y copiloto risueño.

Con esas dotes de camaleón, era cosa de tiempo antes que Grohl recibiese un papel en el cine y luego de su inesperado cameo como Satanás en la película de Tenacious D que nadie vio, vuelve a probar suerte con Studio 666 junto a toda la banda: Mendel, Hawkins, Chris Shiflett, Pat Smear y Rami Jaffee. El reto para todos es hacer de si mismos, en el contexto de una película de terror.

 

 

Sumidos en un bloqueo creativo que les impide crear un nuevo album, los Foo se enclaustran en una mansión abandonada en Los Ángeles, lugar donde, cuenta la leyenda urbana, llegó otra banda a grabar sólo para que el frontman se volviese loco y masacrase a sus compañeros. Grohl, pintándose a sí mismo como un líder perfeccionista y algo tiránico con delirios de grandeza, encuentra una antigua grabación y, poseído por una fuerza demoníaca, empieza a repetir la historia, primero obligando a sus compañeros a componer una de esas interminables y densas canciones progre de más de 30 minutos que sólo le quedan bien a Dream Theater y cuando eso falla, matándolos sin piedad.

La banda claramente son cinéfilos; y es que aquí no han hecho más que repetir la fórmula de The Evil Dead de Sam Raimi, pero sustituyendo una cabaña en el bosque por una mansión en decadencia, el Necronomicón por una consola y a Bruce Campbell y compañía por un sexteto cuya habilidad actoral no es mucho mejor.

Queda claro que los muchachos no son actores; su incomodidad ante cámaras es más que evidente. Se les ve por ratos con cara de venado asustado, sin saber como reaccionar a ciertos diálogos. Las excepciones son Grohl, que algo de experiencia tiene (y que se nota se divierte a lo grande como poseído) y Hawkins, quien muestra un relajo y buen humor ante cámaras que ya quisiera el resto. Verlo aquí, despreocupado en el papel del stoner del grupo, resulta triste luego de su impensado fallecimiento; su carisma es tan evidente como su habilidad con las baquetas y es en realidad una gran pérdida.

Todo esto podía ser sólo una mala broma, un proyecto que la banda hizo para divertirse sólo porque podían, un vanity project de aquellos; pero se nota el afecto que hay aquí por el cine de terror serie B, no sólo por la sangre y vísceras que lanzan con balde – incluyendo un grandioso homenaje a Day of the Dead de George A. Romero – sino también por el lujo de tener a John Carpenter componiendo la música, lo que inmediatamente remite al desenfado del mejor cine de género ochentero.

No es la primera vez que los músicos incursionan en el cine, sometiendo sus vidas y su proceso creativo a la ficción. En una escala que va desde Vanilla Ice queriendo ser galán en Cool as Ice hasta los Beatles huyendo de sus fans en A Hard Day’s Night, los Foo salen bien librados, tanto por su buena música (se les nota mucho más cómodos cuando tocan, como debe ser) como por su cariño por el cine de género, el mismo que se regodea en la cabeza de Pat Smear aplastada por un neumático.

 

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