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Hijos del Apocalipsis

diciembre 4, 2022

Star Wars, Star Trek, El Señor de los Anillos, Harry Potter. Estas son sólo algunas de las sagas del cine que han logrado capturar la imaginación de millones a nivel mundial, generando un fanatismo a gran escala que va mucho más allá de ser simples películas; para algunos, se ha convertido en un estilo de vida, un lugar donde ser comprendidos y encontrar pares que compartan la misma pasión. A esta larga lista de leales fandoms se suma ahora el improbable pero no menos fascinante caso de Mad Max, de George Miller. El documental Beyond The Wasteland de Eddie Beyrouthy se adentra en este mundo de guerreros post-apocalípticos y automovilismo extremo.

Lo improbable del fanatismo es que, a primera vista, Mad Max y sus secuelas no parecen el tipo de películas que generen un fandom global. Las cuatro – en especial la modesta primera entrega de 1979, cuando Max Rockatansky parte en su fiel Interceptor a vengar a su familia mientras una sociedad aún reconocible como moderna empieza a colapsar – son la definición de cine de culto, películas gustadas por pocos e incomprendidas por muchos, no precisamente mainstream y fuertemente atadas a la visión y gustos particulares de su autor. En este caso, esta saga anárquica y desenfrenada sólo pudo salir de la imaginación de George Miller; poner a cargo a otro director sería malentenderla por completo.

Luego está su carácter único y australiano; un país que en sus parajes más inhospitos podría pasar por post-apocaliptíco y con todo un historial de cine de género cult/clase B con el que han construido toda una industria y del cual se sienten enormemente orgullosos; Mad Max parece una serie hecha especialmente para su sensibilidad más aventurera.

Pero eso no parece haber detenido a un fandom que a estas alturas es global; la película ha logrado conectar de distintas maneras con varias culturas. Está el grandote de Nueva Jersey que se gana la vida haciendo cosplay del encasquetado Lord Humungus. El cinéfilo francés que ha dedicado casi toda su vida a escribir el libro definitivo sobre la saga, uno que ni él está seguro verá la luz del día. Los alemanes que han construido una especie de secta alrededor de Fury Road (“I live, I die, I live again!”). Los fans japoneses que ven en estos seres del apocalipsis, con sus casacas de cuero y vehículos motorizados, una manera de rebelarse frente a la rigidez y propiedad de su sociedad. La pareja australiana que puso un museo en pleno outback, convirtiendo a un anónimo pedazo de desierto en una zona de peregrinación donde los fans van a reunirse y hacer carreras. Está la historia de Bertrand Cadart, un francés que emigró a Australia en los 70s, por esas casualidades de la vida obtuvo el papel de uno de los matones de la pandilla de Toecutter en la primera entrega, tuvo un paso por la política y antes de fallecer en el 2020, hizo apariciones en eventos y ocasiones especiales para recordar la película junto a los fans. Ni que decir de todos los tuercas fanáticos de los autos que se dedican a reproducir los vehículos más alucinados que hayan salido de la mente de George Miller.

Todos, de alguna manera u otra, han enganchado con Mad Max; ni siquiera el que se trate sobre el fin del mundo parece detenerlos en su fanatismo. Es en el colapso de la civilización donde todos han encontrado causa común, una prueba de que el cine puede unir a las personas de las maneras más insospechadas. Así que ahora, a cultos como los Ringers, Trekkies, Potterheads y Whovians se pueden sumar los Warboys (nombre no oficial). Los mismos que recorren el desierto en autos modificados, un enmascarado en la punta tocando una guitarra con lanzallamas,  buscando la civilización, o más concretamente, el pronto estreno de la precuela Furiosa, de nuevo de la mano de George Miller; y no podía ser de otra manera.

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